Ella se veía hermosa en medio de tanta oscuridad, a pesar de la imposibilidad de ver su rostro, su sola piel sentíase lozana y vital al atisbo, su dulce y hechizante aroma pertenecía a una especie de flora desconocida por el hombre. En ese momento él vio que la luna se unía a la sinfonía de amores, entrando por la ventana, estaba inmensa y distinta a la de todas las noches, parecía llorar alguna vieja letanía.
Ella se levanto lentamente irguiéndose como la mejor de las bailarinas, sus movimientos eran pausados y elásticos, su figura era esbelta y sus manos de una delicadez asombrosa; sus alas se agitaron con suavidad. Con el rostro cubierto aun por la penumbra se acercó a él y estando a solo centímetros de su cara hizo un contacto escalofriante de miradas, había un aro dorado lleno de intensidad en sus pupilas cuyo fondo era como el más oscuro de los abismos, sonrió con deleite para luego desvanecerse.
Él Jamás olvidaría su rostro, que alcanzó a ver antes que desapareciera, indudablemente no era de este mundo, su hermosura no se puede describir con palabras, mucho menos con dibujos o lo que sea, ni siquiera con el recuerdo, solamente con una abstracción total del mundo, con un estado parecido al de la vida dentro del cuerpo, con algo muy parecido a la muerte.